Sobre las piedras rodantes no crece el musgo

Alguna teoría sobre la felicidad dice que al final de nuestros días recordaremos lo que hayamos hecho y no tanto lo que hayamos comprado. El 10 de marzo del 2016 quedó marcado en la memoria de cuarenta mil personas. Yo, fanático acérrimo de los Stones soy una de ellas.

Fue la tercera vez que los vi y al menos en mi caso, puedo decir que ningún concierto fue parecido a los demás.  El primero fue en el American Airlines Arena de Miami en el 2002, en medio de la gira Liks Tour que conmemoraba 40 años de la banda (los Stones son los dinosaurios del rock desde hace décadas).  Fue una degustación de canciones que poco suenan en su formato de estadio, con varias del Exile on Main Street, un disco alabado por la crítica pero con pocos hits radiales.  Cuatro años después mi tarjeta de crédito me llevó a Buenos Aires para verlos de nuevo, esta vez brillando en un Monumental de River repleto de miles de “rollingas”, uno de los públicos más conectados con el grupo en todo el mundo.  De esa vez recuerdo quedar con la sensación agridulce de saber (eso pensaba) que nunca se presentarían en Colombia.

Pero para mi fortuna me equivocaba, diez años después estarían en mi casa y yo estaría de nuevo oyéndolos, al lado de la gente que quiero. Estas son algunas de mis impresiones…


Time is on my Side…. or not?

Los Stones se ven viejos, muy viejos, mucho más viejos que en el 2006.  Por supuesto no hubo un alma que no envidiara la vitalidad de Jagger y cualquiera quisiera tener la mitad de su energía al llegar a los setenta, pero en algunos momentos era imposible dejar de pensar que veíamos una suerte de museo del rock en vivo, una imagen que contradice el espíritu rebelde con el que empezaron hace más de medio siglo.

Otra cosa menos evidente fueron las bajas en los músicos que los acompañan de marras.  Gimme Shelter no es lo mismo sin Lisa Fischer, la encargada de esta tarea desde 1989.  Sasha Allen hizo una presentación digna y mostró su talento (tiene una carrera como cantante), pero su voz y estilo recuerdan lo que uno puede ver en un programa gringo de talentos como The Voice, donde se hizo popular.  En gran parte el número consiste en un coqueteo con Mick que esta vez lució postizo.

También hizo falta Bobby Keys, saxofón de los Stones desde principios de los setenta, murió en el 2014 y esta es la segunda gira sin él.  Keys, nacido exactamente el mismo día que Keith Ricards, uno en Texas y otro en Londres, es el alma de varios de los cañonazos de los Stones y era inevitable añorar su presencia en el Campín.

Pero cualquier objeción es borrada cuando uno siente cómo se fusionan las guitarras de Wood y Richards,  o cuando ve la maestría y el dominio de la escena por parte de Jagger, la definición del Show Man hecha hombre.  Hay algo mágico en los Rolling Stones y es que cada integrante del equipo tiene una personalidad única en escena. Es imposible no reírse al ver la actitud pícara Ron Wood, Keith Richards es un abuelo que irradia sabiduría y desfachatez hipnotizándonos con alguna de sus cientos de guitarras, y Watts simplemente es Charlie, el hombre más cool del Rock.


Las canciones

Fue muy chévere abrir con Jumpin Jack Flash, sorprendiendo a los que esperábamos a Start me up, la canción con la que han empezado la mayoría de las presentaciones anteriores (sonaría después).  La manera con la que Keith desafiaba al público y la voz de Jagger nos dejaron saber lo que vendría en las siguientes dos horas.   Después de los himnos It´s only rock n roll y Tumbling Dice vendría el momento erudito de la noche con la elección de una canción por el público en redes sociales: en un gesto único en lo que va de su recorrido por estas tierras, esta vez la votación estaba restringida a las canciones Country del repertorio Stone, la elegida fue Dead Flowers y fue hermoso mecerse con Jagger tocando guitarra acústica.

Pero no sería la única sorpresa de la noche.  Paso seguido Mick anunciaba la comentadísima aparición de Juanes… Beast of Burden solo ha sonado en Bogotá en lo que va de la gira Olé, y más allá de que a uno le guste o no su música, el de la camisa negra hizo la tarea.  Aunque es una canción completamente diferente a su estilo, o tal vez por eso, Juanes sonó muy bien.  Sé que no le gustó a muchos dogmáticos pero hay que recordar que estas invitaciones no son raras en los esfuerzos de Jagger por parecer vigente con el público más joven, en otras ocasiones ha subido a la tarima a Justin Timberlake o a Taylor Swift por ejemplo.  Yo agradecí en el alma haber escuchado una de las canciones más bonitas de mis ídolos, además el gesto de invitar a un local, otra diferencia con las demás presentaciones de la gira, le dio un toque muy emotivo al show.  Oír a Mick saludar a los rolos o decir que “Bogotá es del putas” es algo especial.

Siguieron sin compasión con Paint it Black y Honky Tonk Women, y después dos joyas cantadas por Keith, un momento reglamentario en un concierto de los Stones donde Jagger respira. Las de esta noche serían You got the silver y Before they make me run. Para recordar el comentario de un Richards que a los 72 años nos compartía con ironía: “Es bueno estar en Bogotá… es bueno estar en cualquier lado”.

Una de las fijas que esperaba para esta noche era Midnight Rambler, una especie de ópera blues de más de diez minutos donde pudimos admirar los pulmones de Mick Jagger, demostrándonos por qué es considerado uno de los mejores armonicistas del mundo.  Más tarde nos anunciaba una canción para los colombianos románticos, soy medio ateo pero le agradecí a Dios que no fue Angie y en cambio me pusieron a cantar Wild Horses, otra de las que menos ha sonado en su camino por Suramérica. Miss You fue la cuota discotequera y una de mis favoritas, aunque hay que decir el público poco bailó.  Al menos donde yo estaba.  Mi referencia es el show en Argentina hace diez años y no hay comparación posible, lo de allá es un ritual parecido a la final de un campeonato de fútbol y acá vi a mucha gente cumpliendo un requisito para su Instagram, viendo el concierto desde la pantalla de su celular. Pero bueno, gracias a ellos se llenó el estadio y yo pude ver a los Rolling Stones, si lo disfrutaron así, bien por ellos.

Uno de los momentos para el recuerdo fue de color rojo, Sympathy for the Devil con Jagger envuelto en un abrigo recitándonos una de las mejores composiciones del rock. Qué grandes son, cómo suenan, canté a reventar. Siguieron con Brown Sugar, otra obligatoria con la que nos recordaron por qué el sexo y los Stones son lo mismo, y con esta se despidieron para el encore.  Ya sabíamos que solo quedaban dos cartuchos.

Seguía You can´t always get what you want y de la mano de un conjunto de voces angelicales que contrastaba con lo satánico que acabamos de disfrutar, todo el estadio cantó una de las frases más sabias de toda la discografía de los Stones.  Pero lo más bonito fue cuando Jagger agradeció al coro de ¡La Javeriana!

A estas alturas solo quedaba Satisfaction, la infaltable. Cuando uno oye tanto una banda tiende a hacerle el quite a las canciones más conocidas, pero de las veces que la he oído esta fue la más especial por todo lo que significaba. Cantamos a rabiar cada estrofa, Wood y Richards nos conectaron durante esos minutos agónicos para siempre antes de la pirotecnia de cierre.

Al final queda una sensación ambivalente de logro; valió la pena la empapada de la fila, la ansiedad de las últimas semanas, se pagó la boleta. Pero también se siente nostalgia porque en medio de todo también hubo una sensación de despedida.  De cualquier forma puedo decir que fui feliz.

Por: Carlos Torres @carlostor

Fotos y video: Iván García, Iván Pérez, Diego Saavedra

Edición de video: Daniella Bonil